sábado, 24 de mayo de 2008

señor escrito sin nombre



Si de algo estoy segura es de ser una tipa ética, dueña de una coherencia indiscutible entre lo que digo y lo que hago. Mi honestidad se basa en una sencilla premisa: si voy a causar daño, lo causo. Nunca nadie me verá prometiendo empujar una viejita ciega bajo un colectivo sin cumplirlo.
Gracias a esta virtud fue que mi amigo Gustavo se asoció conmigo para abrir un negocio.
Nuestro principal problema radicó en no saber a qué rubro dedicarnos. Yo quería poner una parrillita, porque siempre me gustaron los juegos de asar. Después se me ocurrió instalar un local de venta de puertas giratorias por mayor. Tenía el nombre y todo "Gloria a la Giratoria". También pensé en abrir un stand ofreciendo marcos para ventanas y lo iba a llamar justamente así: "Venta Anita", pero el guacho de Gustavo dijo que no iba a abrir un negocio solo para que yo me haga la piola con los nombres. Muy a mi pesar tuve que darle la razón, pero después cuando se durmió se la saqué.
Esa noche me fui a dormir sin dejar de pensar en el tema, y tuve un sueño muy extraño: estaba atrás de un escritorio conduciendo un noticiero y yo no era yo, sinó un tipo canoso y serio. Cuando mi novio apagó la tele me di cuenta de que aún no me había dormido. Cerré los ojos y soñé que estaba en un castillo medieval rodeado de piezas de ajedrez parlantes. El alfil me decía: "dale, piba, agarrá la diagonal y abrite una fonda", en cambió el peón me aconsejaba "no, muchacha, empezá de a poco y andá paso a paso: haceme caso y comprate un kioskito", hasta que apareció el caballo bajando por la escalera y terció en la conversación: "Mili, me parece que con tu experiencia y capacidad deberías ser más innovadora… ¿Qué te parece una tienda que se llame "Todo para el suicida"? Podés vender sogas, veneno, armas…" Y ahí pateé el tablero y me desperté.
Debo confesar que, aunque el consejo del caballo me había parecido una burrada (y pido disculpas por el involuntario juego de palabras) algo de lo que dijo quedó galopando en mi cabeza (pido disculpas nuevamente), así que lo llamé a Gustavo y mantuve la siguiente conversación:
-Ya tengo el negocio.
-Yo también. Vamos a vender roedores por kilo en la Avenida de Mayo. El negocio va a llamarse "El Cobayo de Avenida de Mayo"… ¿Qué te parece?
-Me parece mejor esto: dado que la mayoría de la gente es negativa, envidiosa y agresiva y le gusta competir y pelearse…
-No te entiendo, estúpida… ¿a qué te referís?
-A que podríamos abrir un negocio que venda productos negativos… ¡un local de anti-cosas!
-¡Ah! Anti-guedades, anti-dotos, anti-parras…
-No, no, infeliz. No de cosas que empiecen con el prefijo anti, sino de cosas que estén en contra…
-A ver, a ver… me interesa… ¡Anti-cipame algo!!! ¡Ja, ja, ja, ja!
Así fue que un mes tuvimos todo listo: una megafactoría de tres pisos destinada a criticar los gustos ajenos. Teníamos remeras anticlericales, antijudías, antimarxistas, antinazis u otras con un espacio en blanco y abajo la frase "…es una mierda", confeccionadas especialmente para que el comprador agregue su disconformidad con lo que fuera.
Finalmente fueron los mismos clientes los que terminaron dándonos ideas para manufacturar los artículos necesarios en nuestra industria del desprecio. Los más exitosos fueron el jabón para los que detestan oler bien y el ácido sulfúrico para los enemigos de la belleza. Incluso llegamos a tener uno de nuestros salones de venta vacío tan solo para complacer a los que se proclamaban anti-consumo.
Transcurrieron tres años de rutilante éxito hasta que quebramos. Como es usual en nuestra ciudad, cuando uno lleva a cabo una idea original no tardan en brotar los imitadores vendiendo lo mismo y prodigándose como nata tras hervir la leche (hoy estoy tosca para las comparaciones).
Sin embargo una de las principales causas de la quiebra fue Gustavo. En los últimos meses se había empeñado en disuadir a los compradores de que no odien lo que decían odiar, y por ende se producían conversaciones como esta:
GUSTAVO: -Hola, bienvenido a "Anti-ojito", la primer tienda dedicada al desacuerdo, ¿lo puedo ayudar en algo?
CLIENTE: -Sí, quisiera una bandera que diga algo en contra de la hinchada de Deportivo La Matanza S.R.L…
GUSTAVO: -Sí, como no, pero… disculpe que me entrometa… ¿no cree ya que hay demasiada inquina de por sí entre los equipos de fútbol y sus fanáticos como para continuar este interminable ciclo de violencia? ¿No preferiría llevarse quizá este sahumerio que cuando larga humo escribe en el aire la frase: "¡Que asco! ¡Odio los sahumerios!"?
CLIENTE: -No, no quiero sahumerios. Quiero una bandera.
GUSTAVO: -Puedo ofrecerle otro tipo de banderas. Por ejemplo, tenemos una blanca especial para los enemigos de la valentía. U otra con la frase "En vez de mirar fútbol, ¿Por qué no se van a estudiar a sus casas, manga de inoperantes?".
CLIENTE: -Escuchame, jetón… ¿me vas a vender la bandera sí o no?
GUSTAVO: -Ehhh…. Sí, sí, claro… ¿quisiera agrandar su combo llevando esta valija de herramientas rotas para los enemigos de arreglar cosas?
En fin, cuestión que terminamos en la ruina una vez más. Aún conservo algunas cosas que sobraron del local, como un número tres para los adversarios de las cifras pares, siete kilos de pelo para los anti-lampiños y una granada de mano para los que odian que un colectivero no los levante en la parada aunque le hayan hecho señas.
Ustedes saben, creo que nunca dejaremos de detestar cosas. Yo sin ir más lejos soy una crítica acérrima de los finales boludos… ¿no es verdad, amigos?

1 comentario:

pezpájaro dijo...

ayer le comentaba a gonza sobre esta historia.

nos inmersamos en ella, y nos pareció realmente fantástico.

Tan fantástico que hasta nos dios ganas de hacerlo real, pero claro hay un problema, es fantástico.

Bueno, es gracioso,

absurdo.

un abrazo.